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martes, 27 de abril de 2010

VAGANDO POR MI LABERINTO / Edgar Flores Caldelas



Laberinto de ilusiones, construido de intrigas, aventuras y misterios, laberinto que aparecía mágicamente al apagarse las luces del viejo cine.

No recuerdo con precisión cuándo empezó la costumbre de acompañar a mi tía los miércoles, jueves y viernes, a los programas triples del cine Royal. Ella tenía pasión por las películas, yo, estaba apasionado de ella, y el administrador de dicha sala cinematográfica moría de amor por la tía Irene, así que la entrada era gratuita. Lo que sí puedo precisar es que fue en un programa triple de cine de horror cuándo, con doce años, me perdí para siempre en el laberinto. La película ya había empezado, el enamorado administrador me trajo, cómo de costumbre, el regalo de una “holandesa” y se acomodó mustio junto a ella.

Todo parecía tan cotidiano, saboreaba mi helado mientras en la pantalla la luna provocaba la transformación de Lon Chaney. De pronto, la música se agigantó, invadió mis sentidos, y algo se desgarró en mi cerebro. Una fiebre envenenó mi sangre haciendo temblar mi cuerpo entero, el helado cayó al piso, mi lampiña piel se llenó de pelo. Orejas, boca y ojos me crecieron deformándose, garras y colmillos me brotaron. Mi corrupción ocurría simultáneamente al del escenario en la pantalla. Cerré los ojos y me dejé perder.

Con la pobreza de la luz como cómplice, sigilosamente me alejé de mi tía. Vagué febril convertido en radiante lobo por los oscuros pasillos. Llevaba conmigo un deseo irrefrenable de destruir, morder y arañar cualquier cosa. Nadie notó mi cambio, los pocos asistentes al cine parecían presas fáciles, no había razón para no atacarlos, sin embargo, dominé el deseo. Sabía también que con facilidad podría cazar algunas ratas y devorarlas, pero mi hambre era otra, mi hambre, no tenía explicación.

Había transcurrido más de una hora cuando encendieron las luces y me descubrí trepado en las butacas de la última fila. El hechizo se había roto.

De regreso a casa en medio de la noche, mi tía iba emocionada. Al día siguiente proyectarían Picnic, con William Holden y Kim Novak. Yo experimentaba una inmensa alegría, y acariciando su mano, me preguntaba… ¿fue cierto…? ¿Sucedió realmente?

No encontré respuestas, pero tenía el presentimiento, que muy pronto volvería a vagar por el laberinto.


AUTOR: Edgar Flores Caldelas
PAÍS: México
EDAD: 60 años

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