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domingo, 8 de noviembre de 2009

EL CONTRAMAESTRE / Gilberto Novelo Rodríguez



… estoy de paso por el puerto donde permaneceré solamente unas horas y vine a visitarte unos minutos porque el cojo Jaramillo me dijo donde estabas pero nunca imaginé el estado en que te iba a encontrar aunque debí suponerlo porque estoy seguro que tienes ya casi cien años que me parecen pocos mi viejo contramaestre y ahora que te encuentro en estas condiciones no te hubiera reconocido si la monja enfermera no me dice cuál era el número de tu cama y cuando le pregunté qué tienes la enfermera monja me dijo que no tienes nada que no es que estés enfermo sino que solamente es el peso de tus casi cien años los que te tienen así pero a mi me parece que padecieras todas las enfermedades del mundo pues te veo como dicen en el puro esqueleto con esa piel que ya tenías curtida por el sol y la sal marina pero que ahora luce arrugada y marchita como si fuera de un curtido cuero antiguo repujado de venas y tendones que se enredan en los huesos de tus brazos secos y salpicados de llagas que me dicen se te hacen por pasar demasiado tiempo postrado en cama porque ya no puedes moverte a pesar que hace apenas unos años esos brazos fuertes y poderosos estaban llenos de energía y se tensaban al trabajar las amarras de los barcos o al jugar a las vencidas en las cantinas porteñas donde casi siempre salías vencedor y nos invitabas a todos del cartón de cerveza que te habías ganado para después seguir la farra por las tabernas del puerto pero especialmente en El Farol de Salina Cruz donde todavía me parece verte en la pista bailando con Doña Tere la dueña que te quería tan bien y tan bien que te quería que siempre te fiaba todo lo que tomabas esperando que le pagaras al regreso del siguiente viaje porque siempre le decías que le pagarías al regreso del viaje y siempre se quedaba esperando porque nunca le pagabas pero te volvía a fiar y te volvía a fiar Doña Tere la dueña de El Farol la que bien que te quería aunque que nunca le hiciste jalón pues preferiste embaucar a su entenada la Mariquilla y llevártela a vivir a Manzanillo hasta que tu otra señora la de Acapulco se enteró y te armó la gran bronca que sirvió de algo pues estuviste por un tiempo serenito serenito hasta que te hizo ojitos aquella chamaca de Guaymas que se te metió muy duro y de la que me acuerdo como era pero ya no me acuerdo como se llamaba aunque creo que le decían la Piqui y volviste a las andadas haciéndole ganar a todos los que apostaban a que no tenías remedio y que además tenían razón porque eras así y así fuiste toda tu vida hasta ahora que ya no puedes ser más así ni de ninguna otra manera y no es porque estés enfermo sino porque como dice la enfermera monja estás bien sano solo que tienes casi cien años y ya no puedes ni moverte por lo que tristemente ahora tienen que cambiarte de pañales y bañarte y darte de comer casi a fuerzas esa horrible papilla porque ya no tienes dientes para masticar y te la tragas de golpe sin hacer gestos aún cuando en tus ojos semiabiertos tristes y apagados puedo ver que la quisieras escupir pero ya no puedes ni escupir y ni siquiera protestar ni hacer nada para impedirlo ni hacer nada de nada y solo puedes dejar hacer que te hagan y no te queda más que soportar esta humillante y dolorosa situación quién sabe hasta cuando porque ya llegará ese cuando pues sabemos que de esa cama no te vas a levantar aunque estés sano como dice la monja enfermera porque ya tienes casi cien años y al verte así decrépito y llagado parece que la vida te va a negar una muerte digna y que no tendrás mas remedio que morir como te estás muriendo y te vas a seguir muriendo despacito despacito en esa prolongada agonía mientras los que te conocimos cuando eras todo un pícaro independiente y orgulloso nos cuesta trabajo verte ahora supeditado a esas monjas enfermeras y peor sabiendo que estás sano pero solo que te pesan tus casi cien años y creemos que tal vez pienses que hubiera sido mejor haberte muerto hace tiempo ahogado o de bala o comido por un tiburón y no morir sano como lo estás ahora languideciendo de viejo y muriendo lentamente poco a poco sin poder valerte por ti mismo para nada postrado en ese lecho quién sabe por cuanto tiempo más a merced de las enfermeras monjas y tal vez recordando tus buenos tiempos de la vida de mar cuando todavía estabas fuerte y soportabas toda clase de adversidades sin quejarte porque no recuerdo haber oído quejarte nunca aunque en ocasiones parecías muy cansado después de las pesadas faenas en los barcos sin protestar o lamentarte siempre con aquella sonrisa que nunca se apartaba de tus labios así como ahora veo que tampoco te quejas pues aunque quisieras no te puedes quejar porque ya no puedes ni quejarte ni hacer nada sino tal vez solamente recordar y recordar aquellos entonces cuando disfrutabas la vida dándole vuelo a la hilacha cada vez que llegabas a puerto corriendo parrandas que duraban hasta que se te acababa el poco dinero que te quedaba después de mandarle casi todo lo que ganabas a tus cuatitos de Mazatlán y después recurrías a Doña Tere o a otras amiguitas que te soportaban todo porque entonces eras galán y traías de un ala a tantas que ya no me acuerdo cuántas fueron pero de las que fueron todas se te fueron incluyendo a aquellos gemelitos que tuviste con una de ellas y que siempre mantuviste y que llevabas a todas partes cuando estabas en puerto porque me parece que si a alguien quisiste en el mundo fue a esos dos muchachitos que con el tiempo terminaron también perdiéndose en los vericuetos de la vida muellera como también se perdió algún día aquella sonrisa que siempre te acompañaba y te quedaste solo sin saber que se hicieron todas esas mujeres con las que viviste ni donde anden tus gemelitos con los que te divertías de la misma manera que te divertías con toda la marinería a la que siempre hacías reír como en aquella ocasión que recuerdo cuando contabas que un predicador de Ensenada casi te convence de que unas excoriaciones que te salieron en las palmas de las manos y en los pies eran los estigmas de Jesucristo hasta que el médico de a bordo te dijo que eran hongos y con esas puntadas hacías reír a aquellos marineros que ahora nadie sabe donde andarán y quién sabe si se acuerden de ti o si tú te acuerdes de ellos porque ahora yo no sé si es que tengas recuerdos o inclusive no sé si sepas quién soy pues tu expresión no me dice nada y solo quiero creer que me reconoces porque no me has querido soltar desde que llegué apretándome con la increíble fuerza que aún tienes en esas manos enjutas de dedos largos secos y nervudos que nadie que los viera pudiera creer que fueran capaces de apretar tan fuerte y al tener prendida mi mano haces que fluya un caudal de recuerdos de los tiempos aquellos cuando anduvimos embarcados por años y años cruzando mares y mares visitando puertos y puertos y de entre tantos recuerdos me llega ahora aquél de cuando mataron a tu hermano allá por la costa chica los de apellido Santos que ya se traían porque tu hermano había matado al hijo de Audiel Santos que había matado a un primo tuyo por ahí de los años cincuenta aunque ya nadie sabía a quién había matado ese primo pues la huella de las rencillas familiares de la sierra se pierden en los recuerdos de los que todavía están vivos y que saben o que oyeron decir o que están seguros de que alguien de la otra familia había matado a alguien de la suya en esa cadena interminable de venganzas que entretejen la historia de las tierras de Guerrero pero el caso es que cuando te avisaron pediste permiso para ir a su velorio y cuando te habías desembarcado notamos que del pañol de armas faltaba una carabina que devolviste al regreso de tu licencia pero en la que faltaban cinco cartuchos por los que te echaron seis meses en la cárcel donde te la pasabas diciendo que bien valía la pena ese tiempo a salvo de alguno de los de apelativo Santos que quisiera cobrarse deuda pendiente que tuvieras aunque cierto es que gracias a la vida itinerante que llevabas nunca te molestaron como si las cuentas de por allá se saldaran únicamente entre los que se quedan en la sierra porque los que se van a otras partes quedan descalificados para la venganza pues qué chiste tiene ir a matar a un Santos en Los Ángeles si nadie del pueblo se va a enterar así que a ti nadie te fue a perseguir a Mazatlán o a Tampico total que para que si todavía habían otros parientes tuyos viviendo en la costa chica que sí calificaban para venganzas pero eso sí que no volvieras por allá porque te quebraban y al fin y al cabo nunca volviste pues te la pasaste navega y navega de barco en barco y de puerto en puerto hasta que se te acabó la cuerda y cuando te tuvieron que jubilar me dicen que te dedicaste a hacer modelos de barquitos de madera ya que siempre fuiste muy hábil para eso y para hacer cajitas decorativas con nudos de aquellos que nunca supe cuantos sabías hacer aunque una vez oí que eran más de cien aunque no creo que hubieran sido tantos los que nos enseñaste cuando llegamos jóvenes a los barcos y créeme que todavía recuerdo algunos de aquellos nudos que eran muy prácticos y se usaban todos los días y otros que eran como de fantasía muy como para adornos y me dijeron también que hacías veleros y camaroneros y guardacostas en miniatura y que algunos los metías en botellas y los andabas vendiendo por los cafés del puerto y con eso y tu magra pensión te mantenías pero que la vista se te fue cansando y que ya no pudiste ni sostener las herramientas y que te fuiste secando como una pasita y que después ya no podías siquiera caminar hasta que unas manos piadosas te trajeron a este asilo donde estás atendido por unas monjas enfermeras monjas en medio de las cuales vas a terminar la vida tú que nunca trataste ni por asomo a una religiosa sino que siempre anduviste rodeado de aquellas que se consideran su contraparte y que una a una te fueron dejando como ahora yo también te tengo que dejar pues como te dije estoy solo de paso por el puerto y vine a verte unos minutos gracias a que el cojo Jaramillo me dijo que estabas aquí y por eso pude visitarte pero no sé cuando pueda regresar así que me despido y solo espero que te sean leves los dolores de tu postración y de tus horribles llagas pero principalmente deseo que tu mente quede impedida para generar recuerdos porque nunca como ahora entendí aquella sentencia del Dante cuando decía que el mayor dolor que hay en el infierno es el de recordar los tiempos felices estando en la miseria …

FIN
AUTOR: Gilberto Novelo Rodríguez
PAÍS: México
EDAD: 70 años

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